Dámaso Alonso
INSOMNIO
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadÃsticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del dÃa, las tristes azucenas letales de tus noches?
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Estos diez versos colosales, tremebundos, pertenecen al libro Hijos de la ira, del poeta, crÃtico y profesor madrileño Dámaso Alonso.
(Pulsa aquà para oÃr este poema recitado por el autor)
Cuando este libro apareció en 1944, Alonso llevaba casi veinte años sin publicar poesÃa:
(Madrid, 1898-1990) Poeta y crÃtico español. Miembro como poeta de la llamada Generación del 27, destacó además como eminente crÃtco, de fama mundial, por sus estudios estilÃsticos.
Fue alumno de Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos, lugar que desempeñó una función básica en su vasta y profunda formación intelectual. En la Residencia de Estudiantes, en Madrid, conectó con los que serÃan sus compañeros de generación: Federico GarcÃa Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda o Manuel Altolaguirre. Enseñó lengua y literatura españolas, tanto en universidades extranjeras como nacionales: BerlÃn, Cambridge, Valencia (1933-1939) y Madrid (1939-1968). Asimismo, fue director de la Revista de FilologÃa Española y de la Real Academia Española.
Sus profundos análisis sobre Luis de Góngora son una de las cumbres de su producción. AsÃ, Temas gongorinos y la correspondiente edición de Soledades (1927), La lengua poética de Góngora (1950) o Estudios y ensayos gongorinos (1955) se han convertido en textos clásicos e indispensables para el estudio de la obra de este clásico.
También investigó las fuentes de la PoesÃa de tipo tradicional (1949), particularmente las relativas a las jarchas; la obra de Gil Vicente, en PoesÃas (1940) y Tragicomedia de don Duardos (1942) y la del mayor mÃstico español en La poesÃa de san Juan de la Cruz (1942).
De su extenso trabajo crÃtico cabe señalar, por último, aquellos libros que, como Ensayo de poesÃa española (1945), PoesÃa española (1950) o Seis calas en la expresión literaria española (1951, en colaboración con Carlos Bousoño) se aplican al análisis y difusión de las disciplinas estilÃsticas, y el formalismo destinado a ejercer la crÃtica literaria; otros dos tÃtulos importantes en esta lÃnea son Poetas españoles contemporáneos (1952) y PoesÃa española: ensayo de método y lÃmites estilÃsticos, del mismo año.
INSOMNIO
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadÃsticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del dÃa, las tristes azucenas letales de tus noches?
Acerca de “Insomnio”, poema de Dámaso Alonso.
Posted by Alberto Hernández under Comentario de texto, PoesÃa | Etiquetas: Comentario de texto, Dámaso Alonso, Generación del 27, Hijos de la ira, Literatura Española, PoesÃa, Siglo XX |Leave a Comment
Estos diez versos colosales, tremebundos, pertenecen al libro Hijos de la ira, del poeta, crÃtico y profesor madrileño Dámaso Alonso.
(Pulsa aquà para oÃr este poema recitado por el autor)
Cuando este libro apareció en 1944, Alonso llevaba casi veinte años sin publicar poesÃa:
“Las doctrinas estéticas de hacia 1927, que para otros fueron estimulantes, a mi me resultaron heladoras de todo impulso creativo. Para expresarme en libertad, necesité la terrible sacudida de la guerra española”
Hijos de la ira es, tal vez, el punto más alto de una trayectoria poética distante de la de sus compañeros de generación y del panorama poético de posguerra. Su áspera visión del mundo irrumpe en el “garcilasismo” pastueño de la época con un inconformismo auténtico, violento, desencantado. Hijos de la ira es un libro innovador, incluso subversivo, por el tratamiento de temas como la muerte, la soledad o la decadencia, vistos con un realismo descarnado y una honda repugnancia por el mundo que le rodea. Como se aprecia en el comentario de “Insomnio”, Dámaso Alonso prescinde de moldes clásicos y utiliza un lenguaje abrupto y desconcertante: usa registros del habla cotidiana, palabras inusuales en poesÃa, metros dispares, exclamaciones, repeticiones, etcétera. De esta manera puede el autor reflejar lo nauseabundo y deforme del mundo mejor que con estrofas y versos clásicos. Sin embargo, el ritmo permanece elaboradÃsimo y sutil para despertar en el lector los sentimientos que atormentan al poeta.
Estos sentimientos, claro, constituyen los temas principales de “Insomnio”: el desasosiego vital del poeta, su ansia de respuestas, su protesta airada mas sincera ante Dios. OÃmos aquà el lamento de un cadáver, pues vivir es simplemente estar muerto a la espera de esa confirmación absurda, innecesaria, que llamamos muerte. Estos temas se estructuran con sutileza en torno a la idea de putrefacción. Hay, pues, una gradación entre la podredumbre del poeta, de los cadáveres de Madrid y los de todo el mundo, al compás moroso de las “largas horas”. El lector, atrapado en el arrastrarse penoso de la lectura, descubre con pavor que no sólo se pudre el cuerpo del insomne: él también se está descomponiendo. “Yo me pudro, pero tu carne infecta también se hincha y pronto tus ojos y tu lengua serán estiércol para las cucarachas”, nos susurra.
Otro análisis de la estructura nos lleva a la indignación del poeta ante Dios, actitud filosófica fundamental en la obra de Alonso. En “Insomnio” se parte del yo poético, se pasa por el Hombre y se llega a Dios, a quien la voz habla franqueza. El poeta parece agarrar al Todopoderoso por la solapa y sacudirle, echarle en cara su crueldad, pero en ningún momento reniega o se abandona al ateÃsmo. En la obra de Dámaso Alonso existe Dios y sus poemas son religiosos, con tanta aspereza como devoción.
En cuanto a la métrica, destaca la longitud de los versos. El más corto es alejandrino, el más extenso llega a las cuarenta y ocho sÃlabas. Dámaso Alonso elige el verso libre para alejarse de las formas convencionales que se cultivaban en la poesÃa española de su época. Como ya se ha dicho, el orden de los metros clásicos no le sirve para expresar su opinión sobre el hombre y el mundo. Por otra parte, el ritmo se logra con anáforas, paralelismos y cesuras, por ejemplo tras la séptima sÃlaba en los cinco primeros versos. Sin duda, el ritmo lento está calculado para hundir al lector en la ansiedad de la voz poética.
En el primer verso, el contraste entre el presumible “habitantes” de la noticia y este “cadáveres” transforma el registro periodÃstico y coloquial del verso en pujante lenguaje poético. El tono lóbrego de esta elección resume la postura vital de “Insomnio”: el poeta compara Madrid con un inmenso cementerio, es decir, se muestra profundamente angustiado puesto que no ve en su vida más que decadencia y muerte[1]. Este arranque fenomenal anuncia con fuerza el bárbaro, siniestro momento que se avecina.
El segundo verso, tras remitir brevemente al tÃtulo (“en la noche, yo me revuelvo y me incorporo”), se desploma en el sentimiento esencial del poema, la ausencia de sentido en esta vida. Las metáforas “nicho” y “me pudro”, junto con “cadáveres” en el verso anterior, descubren la alegorÃa horrenda: este mundo, sus casas, sus calles, no está habitado por hombres sino por muertos, cuya carne se descompone lentamente.
El tono tétrico continúa en los versos tercero y cuarto, que presentan una estructura paralela. El autor describe las sensaciones del insomne, que oye el viento, los perros y, sinestesia inquietante, la luz de la luna. El poeta gime, ladra y fluye “como la leche de la ubre caliente”, muestra, a mi juicio, de lo inútil y desesperantemente monótono de la vida. Esta imagen se aleja del racionalismo del poema. La crÃtica la ha calificado de surrealista, a pesar de que el propio autor lo negó. Nótese, además, que la luna posee un valor simbólico recurrente en literatura, augurio de muerte y decorado propicio a la ensoñación sombrÃa, como en su juvenilmente admirado Juan Ramón Jiménez. Es, en cualquier caso, un latigazo de subjetivismo, prueba de que el poeta, en su desgarrador delirio, es incapaz de mantener la racionalidad en su discurso.
La tercera parte se abre con la misma estructura que en la anterior, “y paso largas horas + gerundio”. Sin embargo, la acción inservible, que se repite durante largas horas, es preguntarle a Dios el por qué de tanta muerte, de tanta inmundicia, es decir, el por qué de la vida. En los versos quinto a séptimo se observa una gradación, comentada más arriba: del poeta se pasa a los habitantes de Madrid y a toda la humanidad. El lector entiende asà que no está sólo ante una angustia personal del poeta, sino ante toda una concepción del ser humano. El séptimo verso es, pues, uno de los pilares intelectuales del poema y de la obra de este autor. Dámaso Alonso no concibe la poesÃa como artificio estético y artÃstico, sino que se interesa por el sufrimiento humano, por la angustia cotidiana de las personas que no encuentran un sentido a su vida. No encuentra respuestas, sino un Hombre desesperanzado, miserable y abyecto. Sin embargo, Alonso no es un existencialista ateo, puesto que busca respuestas denodadamente en Dios. En Duda y amor sobre el Ser Supremo podemos leer:
Mi terror vital y mi duda son enormes. Es comprensible que estas dos cosas puedan ser iguales y grandes, las dos. Pero debo hablar de mis inesperadas vacilaciones [...]. Asà en mi poesÃa viven ambos lados: el duro, terrible y desnudo; y el dulce y altamente gobernado. Hay versos mÃos en que, en Hijos de la ira, se prescinde de toda eterna altitud sobre lo humano, pero hay muchos poemas en que se acude a esto que puede remediar la triste bajeza de nuestro vivir: Dios.
Asà se puede ver en los poemas “Ciencia de amor”, “A los que van a nacer” u “Oración por la belleza de una muchacha”. En “Insomnio”, este anhelo de saber aparece en los versos octavo a décimo. AquÃ, la voz poética se dirige a Dios con un “dime” que rompe la distancia divina para situar al creador y al Hombre en un mismo plano en el que ambos se necesitan mutuamente. Dámaso Alonso desarrolla posteriormente esta concepción de la creación en su libro Hombre y Dios.
Por otra parte, es preciso destacar el peculiar estilo del poema. Las anáforas, la repetición de sintagmas y gerundios o el polisÃndeton, engarzados en versos extensos, obligan a una lectura inaudita en su momento. Esta violencia innovadora en las formas es coherente con la violencia del contenido. A mi juicio, el gran logro de Dámaso Alonso consiste en superar poses y convenciones (la rebeldÃa es, tal vez, la convención más cultivada en la literatura) para que no le veamos como un intelectual que escribe poesÃa, que se indigna en su obra y que nos conmueve con su maestrÃa lÃrica. Aquà no hay poesÃa, ni versos, ni crÃtica, ni reales academias, ni premios cervantes, sino un hombre cuya desesperación nos produce lástima y nos asfixia, porque es la nuestra, porque somos tú y yo los que nos asfixiamos, con una angustia que esta palabrerÃa necia que me atrevo a llamar comentario nunca podrÃa evocar.