viernes, 14 de diciembre de 2012

Gerardo Diego, "El ciprés de Silos"

COMENTARIO DE POEMAS DEL 27.

Por Rafael Roldán Sánchez.


I.       Un poema de “Versos humanos”.


El Ciprés de Silos.

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
      Mástil de soledad,  prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas de Arlanza
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
       Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales.
      Como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

1.      TEMA.

El tema del poema es la firmeza de la fe que el Ciprés de Silos simboliza para el poeta.

2.      RESUMEN.

El poeta ve, en la altura y la verticalidad del Ciprés de Silos, un símbolo del anhelo de eternidad que la fe provoca en el hombre. Por eso, identifica la figura del ciprés con una serie de imágenes de objetos que se separan con fuerza de la tierra (“surtidor”, “flecha”, etc.). A continuación, el poeta habla de sí mismo para confesarle al ciprés cómo llegó hasta él falto de espíritu y cómo, tras contemplarlo, sintió, quiso sentir, esa confianza en la fe que se desprende de la apariencia del árbol.

3.      ESTRUCTURA.

Podemos dividir el poema en tres partes:

-        la primera (versos 1º a 6º) consiste en una serie de metáforas que identifican el aspecto del ciprés, al que todavía no se nombra, con el ansia espiritual, casi mística, de alcanzar el cielo, símbolo aquí del mundo que está más allá de la realidad;

-        la segunda (versos 7º y 8º) muestran las circunstancias físicas, acaba de llegar a un sitio que todavía no se nombra, y espirituales, el poeta es un hombre sin fe, desde las que se escribe el poema. Es este estado espiritual el que justifica el asombro y la pasión de las metáforas de los versos precedentes;


-        la tercera (los versos restantes) es el resultado de las dos anteriores: impresionado por el árbol, el poeta quisiera sentir esa fuerza espiritual que aquél parece tener.



4. COMENTARIO ESTILÍSTICO.


El poema es un soneto en endecasílabos, compuesto por dos cuartetos, con rima consonante en –eño y –anza, y dos tercetos encadenados, con rima consonante en –irme, -ales y – ilos. La disposición de la rima es: ABBAABBACCDEDE. Hay sinalefa en el 1º verso (“som/bra-y”), en el 2º (“que-a/con/go/jas”), en el 3º (“que-a”, “ca/si-al/can/za), en el 4º (“de/va/na/do-a”, “mis/mo-en”, “lo/co-em/pe/ño”), en (a partir de aquí el alumno anotará las demás sinalefas).  Encontramos encabalgamientos dignos de destacarse entre los versos 1º y 2º, 3º y 4º, 7º y 8º, 10º y 11º. Los dos de los cuatro primeros versos parecen querer sugerir, al alargar cada apóstrofe (invocación que nos dirigimos a alguien) al ciprés en dos versos, la gran altura del árbol: la apóstrofe no puede ser contenida en un solo verso, sino que igual que el ciprés llega hasta el cielo, esta figura sobrepasa la medida de un verso y llena el siguiente. En el encabalgamiento de los versos 10º y 11º encontramos la misma sugerencia: el deseo del poeta de subir se muestra también con una frase más larga que la medida de su verso, como si del mismo modo que el poeta se ilusiona con escapar de la tierra, esta frase escapara hacia el verso siguiente: así lo sugiere el comienzo del verso 11º, “y ascender como tú”. El encabalgamiento de los versos 7º y 8º, dejando para el final el sujeto de la oración, crea un ritmo lento que se adecua muy bien al vagar del que habla el poeta en esos dos versos.
El poema revela la emoción religiosa del poeta ante el Ciprés de Silos. Para explicar por qué este árbol provoca este sentimiento, Gerardo Diego utiliza una serie de imágenes que muestran al árbol como un ser que, anclado en la tierra, tiende a elevarse con fuerza hacia el cielo, al igual que hace el alma humana movida por la fe.
      Ya desde el primer verso, la anteposición del adjetivo “enhiesto” a “surtidor” se refiere a la posición del ciprés para destacar la rectitud de su posición y su altura, cualidades que revelan ese anhelo por llegar al cielo. A continuación, una serie de metáforas insisten en la misma idea de que el árbol se esfuerza por separarse de la tierra: el árbol es un “surtidor”, un “chorro”, un “mástil”, una “flecha”, “una saeta” y una “torre”; su copa, una “lanza”.
      Pero para que el sentimiento religioso sea más intenso, el poeta hace que el árbol lo comparta con él, que cause la impresión de experimentar las mismas vivencias que el poeta. Con este fin, Gerardo Diego utiliza fundamentalmente tres recursos:

-el primero, la personificación del árbol mediante las acciones (“acongojas” , “alcanza” “ascender”), los sentimientos (“de sueño”, “loco empeño”, “soledad”, “fe”, “esperanza”, “delirios” ) y las cualidades (“mudo”) que el poeta atribuye al ciprés. Las acciones muestran la altura del ciprés como el producto de un deseo del árbol por llegar hasta arriba, no como el resultado del simple crecimiento de una planta. Los sentimientos enfatizan esta idea de que en el árbol existe la voluntad de desprenderse de la tierra. Se trata de una voluntad no muy distinta de la de un hombre que vive la religión de una manera crítica, con el dolor que produce la duda de no saber que nos aguarda tras la vida. De ahí que el esfuerzo del ciprés sea un “loco empeño” o un “ejemplo de delirios”. También podríamos considerar que es una personificación la gradación de adjetivos “señero, dulce, firme” (v. 9º), porque más que referirse a aspectos físicos del árbol (imposible en el caso de “dulce”), parecen aludir a su carácter, “dulce” por el sentimiento de esperanza y fe que emana del ciprés, “señero” y “firme” porque no cesa en su empeño por “ascender” al cielo.

-        el segundo, la apóstrofe del poeta al ciprés. Todo el poema es una apóstrofe, puesta de relieve por el uso de la segunda persona (“acongojas”, “a ti”, “te vi”, “como tú”). A lo largo del poema, el poeta, contemplando el ciprés (“cuando te vi”), le habla de su propio anhelo de elevarse igual que el propio árbol. Este anhelo descubre las ansias espirituales del mismo Gerardo Diego y, al comunicarlas al árbol, convierte la figura del ciprés, que sube hacia el cielo sin llegar a él, en un reflejo del alma del poeta, que suspira también por conocer ese cielo y tampoco lo consigue;

-        el tercero, las metáforas que relacionan al ciprés con armas (“lanza”, “flecha”, “saeta”). Estas metáforas, además de aludir a la altura del árbol, como las que hacen de él un “surtidor”, un “mástil”, etc., destacan en el ciprés la intención por despegarse del suelo y el coraje que pone en ese trabajo. Al igual que ocurre con el poeta, el sentimiento religioso en el  árbol es una lucha (de ahí que tenga “lanza” y sea “flecha” y “saeta”) por escapar de este mundo, como pone de manifiesto el hipérbaton del tercer verso (“que a las estrellas casi alcanza”), donde la anteposición del complemento directo al verbo evoca el fracaso del árbol en su tesón por llegar al cielo, cuando está a punto de lograrlo.

La apóstrofe, además, parece hacer del poema una especie de oración en la que el poeta opone su espíritu desvalido y confuso (“peregrina al azar, mi alma sin dueño”) a la tenacidad de la fe representada por el árbol (“Cuando te vi señero, dulce, firme”).  Y, como en toda oración, en el poema el poeta muestra las debilidades de su alma y las esperanzas que aguarda: debilidades que son una fe poco consistente, sin rumbo (“mi alma sin dueño”); esperanzas que consisten en recuperar esa fe, encaminarla hacia el cielo como lo está el árbol (“flecha de fe”, “saeta de esperanza”). Para revelar la profundidad con que vive esta situación y, quizás, imitar la forma de una plegaria, Gerardo Diego emplea de modo destacado la aliteración y una serie de recursos sintácticos:

-        la aliteración: este recurso permite, sobre todo, transmitir sentimientos y sensaciones que el escritor prefiere insinuar a explicarlos, quizás porque las palabras no dan la idea exacta de lo que siente. De ahí que Gerardo Diego lo haya usado con frecuencia en este poema, puesto que su tema es un hecho irracional, la vivencia de la fe. Analizamos ahora los ejemplos más claros:

1.      la emoción con que comienza el poema se debe en parte a la aliteración provocada por la s (enhiesto, sombra, sueño), por las tres consonantes dentales (enhiesto surtidor), por las consonantes en posición implosiva, esto es, en final de sílaba (surtidor de sombra) y por el predominio de vocales cerradas (“Enhiesto surtidor de sombra y sueño”). La aliteración de las dentales y las consonantes en posición implosiva refuerza la impresión causada por la altura del árbol; la de la s  y las vocales aporta al verso un ritmo misterioso, que alude a la emoción despertada por el árbol;

2.      el verso 3º comienza con la repetición de o, “chorro”, y sigue con la alternancia de e y a, “que a las estrellas”, para terminar con la imposición de la a, “casi alcanza”. Esta gradual apertura de las vocales, con esa aliteración final de la a, parece querer representar la voluntad que impulsa al árbol hacia arriba; el sonido duro de la k (“casi alcanza”) y de la l y la n en posición trabada (“alcanza”) apoya esta sensación de que el árbol se eleva movido por una determinación fuerte, como su propia fe;
3.      la misma aliteración de vocales abiertas se da en el verso 6º (“flecha de fe, saeta de esperanza”) para resaltar la confianza en la fe que el árbol simboliza para el poeta;

4.      en los tres últimos versos, la intensidad de la fe que el poeta experimenta ante el árbol, llega a embargarlo por completo. La aliteración de la r , con su timbre vibrante, revela este estado de ánimo: “como tú, negra torre de arduos filos,/ejemplo de delirios verticales/mudo ciprés en el fervor de Silos”.

-        el hipérbaton: este recurso se emplea en el poema de modo muy concreto para resaltar la inquietud espiritual del poeta. Ya hemos comentado el del verso 3º, donde el hipérbaton destaca la frustración de quien se esfuerza por alcanzar el cielo, frustración que explicaría que el árbol represente la “soledad”, la “fe” y la “esperanza”, sentimientos propios del alma que busca a Dios sin tener la seguridad de que exista. Precisamente, los siguientes hipérbatos insisten en esta busca y en la desazón que produce: el de los versos 7º y 8º, donde el sujeto de “llegó”, “mi alma sin dueño”, queda al final de la oración  para destacar el estado de desasosiego que sentía el poeta antes de su encuentro con el árbol; el del verso 10º, donde el verbo, “sentí”, se coloca entre el nombre “ansiedades” y su complemento del nombre, “de diluirme”, para resaltar el nuevo estado que el poeta quiere lograr tras ver el árbol, el de esa fe “firme” simbolizada por el ciprés;

-        la repetición: aquí este recurso se utiliza en los versos 11º y  12º (“como tú” es la expresión repetida) y resalta el afán del poeta por compartir esa fe inconmovible “eleva” al ciprés hacia las “estrellas”;

-        el asíndeton: este recurso aparece en los versos 5º, 6º, 9º, 12º, 13º y 14º, y en todos ellos contribuye a manifestar el arrobamiento, casi el éxtasis, que el poeta siente ante el ciprés, como explicaremos a continuación al hablar del paralelismo;


-        el paralelismo: en todos los casos, se trata de una estructura muy sencilla, formada por un nombre más su complemento preposicional. En los dos primeros versos del segundo cuarteto, encontramos “mástil de soledad”, “flecha de fe”, “saeta de esperanza”, donde el complemento preposicional (“de soledad”, “de fe”, “de esperanza”) añade a las metáforas sobre la altura del ciprés los sentimientos que esa misma altura despierta en el poeta. En los tres últimos versos, tenemos que el complemento preposicional se enriquece con un adjetivo (“de arduos filos”, “de delirios verticales”) o con otro complemento preposicional añadido al primero (“en el fervor de Silos”). Los paralelismos, unidos al asíndeton, manifiestan la gran impresión que el ciprés ha causado en el poeta, porque con ellos parece que el poeta intenta nombrar todo lo que siente ante el árbol, todo lo que el árbol significa para él, y parece también que esa emoción es tan grande que sólo acumulando imagen tras imagen puede ser sugerida, pero no dicha. Así, al final del poema, tras dos metáforas que sustituyen al ciprés (“negra torre”, “ejemplo de delirios verticales”), el poeta no tiene más remedio que identificar por fin al árbol, puesto que su propio nombre y el lugar en que se encuentra expresan todo el sentir religioso de Gerardo Diego;

-        la gradación : este recurso está unido en el texto a los dos anteriores. Así, se da en el verso 9º junto al asíndeton: en este verso, la gradación “señero, dulce, firme” consiste en la profundización en la grandeza espiritual del árbol que, primero, destaca frente a cualquier otra (“señero”), segundo, emana hacia quien lo contempla y lo consuela (“dulce”) y, por último, tiene una fe inquebrantable frente a cualquier adversidad (“firme”), rasgo éste que parece ser el esencial para el poeta. La otra gradación relevante la tenemos en los tres versos finales, donde el simbolismo del árbol se intensifica de verso en verso: en el v. 12º, el ciprés, “negra torre”, es símbolo de la firmeza en el anhelo por alcanzar el cielo; en el v. 13º, “ejemplo de delirios verticales”, es símbolo del desasosiego religioso del hombre y de la tendencia del alma a aferrarse a la fe; en el v.14º, la personificación del ciprés, “mudo ciprés en el fervor de Silos”, que casi lo presenta como un monje más,  y el que por fin se lo nombre lo convierten en el símbolo del estado ideal del alma, el del silencio producido por la certeza que infunde la fe.



4.      COMENTARIO CRÍTICO.

El poema muestra el sentimiento religioso de un hombre, el poeta Gerardo Diego, al contemplar el Ciprés de Silos. En principio, parece lo más natural que alguien que esté en este ambiente, un convento medieval, y frente a un ciprés experimente un momentáneo desapego de los problemas terrenales y se refugie en una vivencia religiosa pura. Esta influencia del ambiente se muestra claramente en el poema: las últimas palabras, “el fervor de Silos”, aluden a ese función del monasterio medieval como lugar de reflexión, creado para apartar al hombre de la sociedad y concentrar su atención únicamente en dios. Incluso la “mudez” del ciprés (“mudo ciprés”) insinúa que el propio árbol está reconcentrado, olvidado del mundo y ensimismado en su propia fe. Incluso las imágenes “mástil de soledad” y “prodigio isleño” evocan esa necesidad que siente el hombre de apartarse de los demás para dedicar su vida exclusivamente a Dios.
Si lo interpretamos así, el soneto no describiría otra cosa que una emoción religiosa particularmente intensa, casi mística si consideramos el deseo del poeta de perder su consistencia humana y elevarse hasta el cielo, que es lo mismo que decir hasta Dios: “qué ansiedades sentí de diluirme/ y ascender como tú, vuelto en cristales”. Sin embargo, el poema responde más a las inquietudes de un hombre que necesita creer que a las de alguien que cree plenamente. La llegada del poeta al monasterio no se presenta como la de un hombre que venga a visitar un lugar sagrado para admirarlo y rendir culto a Dios en él. Más bien, esa llegada es la de alguien que va buscando algo de lo que carece, fe, y es conducido allí casi por casualidad, siguiendo el curso de un río (“riberas del Arlanza”): el poeta no es un peregrino cualquiera, que viaja con rumbo fijado, sino que su alma es “peregrina al azar” y, además, “alma sin dueño”. No parece que un “alma sin dueño” pertenezca a un hombre con fe.
            Esta idea explicaría las expresiones de dolor (“acongojas al cielo”, “mástil de soledad”, “negra torre”, “delirios verticales”), de esfuerzo o de lucha (“con tu lanza”, “flecha de fe”, “saeta de esperanza”, “mi alma sin dueño”, “arduos filos”) y de frustración (“a las estrellas casi alcanza”, “en loco empeño”, “qué ansiedades sentí”) que se refieren tanto al ciprés como al poeta. Puesto que el ciprés es un símbolo de las vivencias del propio poeta, todas estas palabras se refieren al sentir de este último y lo que desvelan es un hombre que, como el asceta, busca la certeza de la existencia de Dios a través de la belleza del mundo, llegando a experimentar un sentimiento cercano al éxtasis, pero que no logra superar su propia soledad, simbolizada en ese ciprés “mudo” del final. Versos como el 3º, “chorro que a las estrellas casi alcanza”, o el 10º y el 11º, “qué ansiedades sentí de diluirme/ y ascender como tú, vuelto en cristales”, se adentran en este suplicio espiritual del hombre que adivina otro mundo, que lo siente, pero que nunca alcanza la seguridad de que exista. De ahí que, en el poema, la religión sea “loco empeño”, “soledad”, “fe”, “esperanza”, “delirios verticales” y “fervor”: una inquietud humana, al fin y al cabo, no un mundo que existe al margen del nuestro.



comentario de "Muerte de Antoñito el Camborio"

           


  Texto de Federico García Lorca. ''Muerte de Antoñito el Camborio''
El texto de abajo lo encontré en esta página. Es excelente y tiene muchas cosas más !!!!!!


            Voces de muerte sonaron
            cerca del Guadalquivir.
            Voces antiguas que cercan
            voz de clavel varonil.
            Les clavó sobre las botas
            mordiscos de jabalí.
            En la lucha daba saltos
            jabonados de delfín.
            Bañó con sangre enemiga
            su corbata carmesí,
            pero eran cuatro puñales
            y tuvo que sucumbir.
            Cuando las estrellas clavan
            rejones al agua gris,
            cuando los erales sueñan
            verónicas de alhelí,
            voces de muerte sonaron
            cerca del Guadalquivir.



***

            - Antonio Torres Heredia
            Camborio de dura crin,
            moreno de verde luna,
            voz de clavel varonil:
            ¿Quién te ha quitado la vida
            cerca del Guadalquivir?
            - Mis cuatro primos Heredia,
            hijos de Benamejí.
            Lo que en otros no envidiaban,
            ya lo envidiaban en mí.
            Zapatos color corinto,
            medallones de marfil,
            y este cutis amasado
            con aceituna y jazmín.
            - ¡Ay Antoñito el Camborio
            digno de una emperatriz!
            Acuérdate de la Virgen
            porque te vas a morir.
            - ¡Ay Federico García,
            llama a la guardia civil!
            Ya mi talle se ha quebrado
            como caña de maíz.

***

            Tres golpes de sangre tuvo
            y se murió de perfil.
            Viva moneda que nunca
            se volverá a repetir.
            Un ángel marchoso pone
            su cabeza en un cojín.
            Otros de rubor cansado
            encendieron un candil.
            Y cuando los cuatro primos
            llegan a Benamejí,
            voces de muerte cesaron
            cerca del Guadalquivir.

 ecuencia argumental. El romance relata, líricamente, el asesinato, en las proximidades del Guadalquivir, y por la noche, del gitano Antonio Torres Heredia, a manos de sus cuatro primos; asesinato provocado por la envidia que en ellos producen las cualidades que el Camborio atesora en su persona. Este argumento -destacado por medio del subrayado y de las notas en el margen izquierdo del texto, que lo complementan- se desarrolla a lo largo de las tres partes que estructuran el poema: la violenta pelea del Camborio con sus primos (versos 1-18), la dramática agonía de aquél (versos 19-40), y la expiración del gitano (versos 41-52).

Comentario del asunto. En efecto, el trágico suceso narrado poéticamente por García Lorca, enmarcado por los versos iniciales (Voces de muerte sonaron) y finales (voces de muerte cesaron) recoge tan sólo los momentos de mayor tensión dramática -tal y como sucedía en los romances medievales-: el abatimiento del Camborio (primera parte), su agonía (segunda parte), y su posterior expiración (tercera parte).

La primera parte queda estructurada de la siguiente forma:

• Verso 1. Anticipo del fatal desenlace del poema: Voces de muerte sonaron.

• Verso 2. Localización del escenario: cerca del Guadalquivir.

• Versos 3-4. Presentación de los personajes que intervienen en la reyerta a través de sus voces -y por medio de una audaz metonimia de la parte por el todo-: los cuatro primos Heredia (las voces antiguas, del verso 3) y el Camborio (la voz del clavel varonil, del verso 4).

• Versos 5-10. Lucha cruenta entre el Camborio y sus cuatro primos (las botas, nueva metonimia de la parte por el todo). El Camborio se defiende hiriendo a sus agresores (Bañó con sangre enemiga -verso 9-).

• Versos 11-12. El Camborio queda mortalmente herido por sus primos, aludidos por otra metonimia de la parte por el todo: cuatro puñales (verso 11).

• Versos 13-16. La reyerta transcurre cuando ya es de noche: los rayos luminosos enviados por las estrellas son como rejones que penetran en el agua gris del Guadalquivir en que se reflejan (versos 13-14); en tanto que los erales anhelan -sueñan- ser lidiados en el ruedo para probar la bravura de su casta (versos 15-16). Imágenes taurinas ambas -rejones, erales- de las que se vale García Lorca para situar cronológicamente la acción: durante la noche.

• Versos 17-18. Se repiten, a modo de estribillo, los versos iniciales, que confirman los funestos presagios de muerte anunciados.

Y si la primera parte es fundamentalmente descriptiva, con imágenes coloristas que recalcan la violencia de la pelea entre el Camborio y sus primos, la segunda parte, con la agonía del gitano, reviste un marcado carácter dramático: a requerimientos del poeta (versos 23-24) -cuya voz se deja escuchar directamente (versos 19-24 y 33-36), y que es consciente de la inminente muerte del gitano (verso 36)-, el Camborio delata a sus asesinos (versos 25-26), expone los motivos que les han inducido al crimen -la envidia (versos 27-32)-, y le exige al propio García Lorca que ponga el hecho en conocimiento de la Guardia Civil para que se haga justicia (versos 37-38), porque le han arrancado la vida alevosamente (versos 39-40).

La tercera parte -narrativa- recoge la expiración del gitano: tres bocanadas de sangre ponen fin a su vida (versos 41-42); y son los propios ángeles quienes se hacen cargo de su cuerpo y disponen el velatorio del cadáver (versos 45-48), mientras los Heredia se retiran a su Benamejí natal (versos 49-50). Las voces de muerte cesan cuando la tragedia ya ha culminado (verso 51). Y aquí queda interrumpida la narración, aunque su capacidad sugeridora se prolonga mucho más allá del verso 52, lo que le permite al poema ganar en lirismo.

 Interpretación del texto de Federico García Lorca -lectura analítica-, a partir del tema
Intención del autor. García Lorca -por medio de un sugestivo lenguaje metafórico- va perfilando, a lo largo del romance, el retrato del Camborio, convertido en arquetipo de la raza gitana, y predestinado a morir como el toro de lidia, que paga con su vida la nobleza de su estirpe.

Interpretación del tema. El primer rasgo de la personalidad del gitano que García Lorca destaca es el vigor y robustez de su voz, pero también su galanura, así como el fresco olor de su aliento. El color rojo subido permite establecer la comparación entre labio y clavel, y justifica la permutación de boca por clavel, de forma que la voz varonil del gitano se ve engalanada con algunas características del clavel, tales como la hermosura o su suave aroma. Y así surge un sugestivo verso, que combina una feliz metonimia con una triple asociación de sensacioens procedentes de diferentes dominios sensoriales -en complejas sinestesias: auditivas, cromáticas y olfativas-: voz de clavel varonil (verso 4 y, nuevamente, verso 22).

El Camborio es valiente. Sus atacantes son cuatro, pero les planta cara. Cuando lucha, exhibe una tremenda fortaleza; de ahí que los desgarrones que produce en sus primos -aludidos con la metonimia las botas- tengan la consideración de mordiscos de jabalí (2). Pero, además de fuerte y agresivo, peleando el Camborio es ágil como el delfín (adviértase la fuerza plástica de la comparación: los saltos fuera del agua de los delfines permiten "visualizar" los acrobáticos movimientos del Camborio); y también es escurridizo como los propios delfines y como el jabón, lo que le va a permitir derramar la sangre de sus agresores -representados con otra metonimia: cuatro puñales- que lo van a abatir.

Fuerza, agilidad, habilidad, escurridiza y valentía en el combate quedan plasmados, así, en estos versos, de profunda densidad metafórica:

                        Les clavó las botas
                        mordiscos de jabalí.
                        En la lucha daba saltos
                        jabonados de delfín.
                        Bañó con sangre enemiga
                        su corbata carmesí,
                        pero eran cuatro puñales,
                        y tuvo que sucumbir.

El Camborio viste con elegancia y distinción, y sabe completar su atavío con adornos que delatan una condición social acomodada: el color carmesí de su corbata (verso 9) armoniza perfectamente con el color corinto de sus zapatos (verso 29) -colores fuertes, que manifiestan la pasión vital del gitano-; y los medallones de marfil que cuelgan de su cuello (verso 30) le prestan lun aspecto aristocrático o, por lo menos, elegante.

El gitano genuino, históricamente "perseguido" por la civilización, representa el instinto puro, la libertad suprema. Al identificar al Camborio con un caballo de dura crin, García Lorca traslada al gitano el aroma de libertad que ese caballo simboliza, a la vez que acrecienta su propia pujanza vital.

Está dotado el Camborio de una extraordinaria belleza natural: la piel oscura y morena, propia de los gitanos, trasmutada en verdosa, resplandece por el brillo de la luna (verso 21) (3); y es, por tanto, una mezcla del verde de la aceituna y del blanco del jazmín (verso 32) (4).

A la belleza del Camborio contribuye la esbeltez de su figura; y de ahí la acertada comparación del cuerpo que se dobla por las heridas recibidas con la caña de maíz que se quiebra (versos 39-40) (5).

En definitiva, el Camborio es un personaje único, que no admite comparación con nadie (digno de una Emperatriz, proclama el verso 34); y se murió de perfil (verso 42), es porque su efigie quedará acuñada para la inmortalidad y, por tanto, seguirá viva, aunque sea irrepetible: viva moneda que nunca / se volverá a repetir. (Versos 43-44)

Este conjunto de cualidades excepcionales que el Camborio concentra en su persona -y que el subrayado ha puesto de manifiesto- es el que, en definitiva, despierta la envidia de sus primos -envidia de profunda resonancia racial, étnica, pues la estirpe de los Heredia se considera a sí misma "inferior" a la de los Camborio-, y es la causa de un asesinato largamente premeditado.

 Comentario estilístico

García Lorca narra en este romance -narración lírica y desrealización extrema, a través de un denso lenguaje metafórico- el asesinato de Antonio Torres Heredia a manos de sus cuatro primos (versos 11-12, 25-26, 39-42); asesinato motivado por la envidia que su personalidad gitana despierta en ellos (y que el propio Camborio resume en los versos 29-32: elegancia, posición social, belleza...). La acción se sitúa en las proximidades del río Guadalquivir (versos 2, 18, 24, 52), no lejos de la serranía cordobesa de Benamejí, de donde son sus primos Heredia; y transcurre de noche (versos 13-16) (6).

Hemos señalado ampliamente cómo García Lorca convierte el lenguaje metafórico en un poderoso y original recurso expresivo: símiles y metáforas de altísima calidad estética se desparraman por todo el romance y justifican sobradamente estas palabras del propio poeta: "Sólo la metáfora puede dar una suerte de eternidad al estilo"; o estas otras: "El poema que no está vestido no es poema, como el mármol que no está labrado no es estatua".

Quisiéramos añadir a lo ya apuntado el sugestivo papel que se le otorga a la metonimia en la primera parte del romance, donde estalla en toda su plenitud una violencia que acarrea destrucción y muerte. A través de voces conocemos que dos estirpes gitanas se enfrentan, en pelea brutal, a muerte (voces antiguas que cercan / voz de clavel varonil; versos 3-4). De los asesinos sólo sabemos que calzan fuertes botas (Les clavó sobre las botas / mordiscos de jabalí; versos 5-6) y que blanden afilados puñales (pero eran cuatro puñales / y tuvo que sucumbir; versos 11-12). No hay rostros: sólo sangre derramada. La muerte "sobrevuela" la escena. Y es necesario adentrarseAntonio Torres Heredia, / Camborio de dura crin, (...) (versos 19-20). Y hasta los versos 25-26, el Camborio, que se está desangrando, no confiesa la identidad de sus asesinos: Mis cuatro primos Heredia, / hijos de Benamejí. Las múltiples y audaces metonimias empleadas -sin duda el procedimiento expresivo más destacado en la construcción de la primera parte de este poema- no hacen sino poner una vez más de manifiesto el prodigioso dominio que García Lorca tiene del léxico.

Y ya que hablamos de construcción formal, reparemos en el fuerte "sentido arquitectónico" con que está concebido el poema. En efecto, una serie de sutiles articulaciones léxico-semánticas, sintácticas y fónicas confieren al romance una sólida cohesión textual:

• La animalización metafórica del Camborio, que lucha con la fuerza del jabalí (Les clavó sobre las botas / mordiscos de jabalí; (versos 5-6); es ágil y escurridizo como un delfín (En la lucha daba saltos / jabonados de delfín; versos 7-8); y exhala una poderosa energía vital (Camborio de dura crin,; (verso20)).

• Los efectos cromáticos del atavío del gitano -corbata carmesí; (verso10) y zapatos color corinto; (verso 29)-, armoniosamente conjuntado, que exteriorizan su elegancia y distinción, y que también reflejan su espíritu vital.

• La correlación metafórica entre moreno de verde luna, (verso 21) y (...) cutis amasado / con aceituna y jazmín. (versos 31-32), que sirve para recalcar la hermosura de la piel del gitano y, en especial, de su rostro.

• La forma en que muere el Camborio -de perfil (verso 42)- y que hace posible los versos siguientes -Viva moneda que nunca / se volverá a repetir (versos 33-34), de manera tal que su perfil se asemeja a los que figuran en las monedas- le abre las puertas de la posteridad y proclama su condición única e irrepetible, ya anticipada, en alguna forma, en el verso 34, que presenta al Camborio como digno de una Emperatriz.

La cohesión estructural está también lograda mediante el empleo de paralelismos sintácticos (1), constantes repeticiones léxicas (2), oposiciones léxicas y semánticas (3), estribillos (4)...; recursos que García Lorca aprendió en el Romancero Viejo, y que maneja con gran pericia.


Para quien quiera ver el "Prendimiento de Antoñito el Camborio" pinchar aquí.

La sangre derramada, comentario

Federico García Lorca


La sangre derramada



¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.

¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!


4 - Llanto por Ignacio Sánchez Mejías ("La Sangre derramada")

Esquema del comentario

  1. Introducción.
  2. Estructura y contenido.
    • Estructura
    • Contenido
  3. Expresión y Lenguaje
  4. Conclusión.




Una tarde a Agosto de 1934 en la plaza manchega de Manzanares Ignacio Sánchez Mejías sufrió una grave cogida que le acarreó la muerte pocas horas después. Era el torero amigo de poetas entre los que se contaban García Lorca y Alberti. Había tenido aficiones literarias y llegó a publicar una obra de teatro Sinrazón. Ambos amigos iban a dedicar sendas elegías al mismo amigo, al amigo torero. Pero no hay en estos versos nada que pueda parecerse al pintoresquismo fácil. Se trata de dos testimonios de amistad sentida. Nos ocupamos hoy de "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías". En otra ocasión abordaremos la de Alberti.


1. Introducción -


Llanto es el nombre tradicional que durante siglos han recibido las elegías. Recordemos el más famoso de todos las "Coplas" de Jorge Manrique. La literatura está llena de elegías pues no hay nada mas común que la muerte y nada tan habitual que los lamentos de familiares y deudos del difunto. En este "llanto" o elegía por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, Lorca va a cantar la muerte del torero y del amigo. En ella se unen lo lírico, lo épico y lo dramático. El poema entero consta de cuatro partes y son una síntesis de la poesía lorquiana (según palabras de Pedro Salinas). Para el comentario hemos escogido la parte que se titula "La sangre derramada". Es la segunda parte y nos parece las más significativa. Lorca aborda de modo lírico el dolor que le causa la muerte del amigo; lo exalta de modo épico en sus hazañas toreras; representa la escena dramáticamente en el escenario de la acción: una plaza de toros. Cada uno de estos puntos de vista, cada una de estas miradas están integradas en el conjunto del poema. El romance es la forma que adopta el poema en esta segunda parte rompiendo con los octosílabos de la primera parte y prolongando esa veta popular que tiene el poema entero.


2. Estructura y Contenido -


"La sangre derramada" en la plaza de toros es el leitmotiv del poema. Nada mas empezar el texto el poeta rechaza de modo rotundo el hecho, rebelándose contra la presencia de la sangre: "¡Que no quiero verla!". Al final recordando a Jorge Manrique hace un elogio encendido de su amigo (vs. 50 - 70 :"Pero no hubo príncipe en Sevilla...").
2. 1. Estructura. El Llanto es un momento de culminación de la poesía de Lorca no solamente por ese saber hacer verso a verso sino por el afán de estructurar este largo poema en un conjunto armonioso en el que cada parte sea una unidad pero formando parte de un conjunto superior. Este largo poema (el más largo de G. Lorca, tiene 220 versos) consta de cuatro parte que son como las partes de que consta una sonata (sentido musical) que se refuerza en los modelos métricos elegidos para la ocasión: distintos en cada una de las partes.
El andalucismo que cabría esperar en el título se ha transformado bajo el influjo del libro y del mundo que había arraigado en Poeta en Nueva York. El poema adquiere una grandiosidad cósmica que la luna aporta (semejante a la que puede verse en Poeta en Nueva York), "la vaca del viejo mundo/pasaba su triste lengua/sobre un hocico de sangres/derramadas en la arena...". La luna vampirizando la sangre del torero, la lucha del torero con la muerte, la expansión de la noticia por el mundo...
2.2. Contenido Es esta parte segunda del poema podemos ver también una estructura bien definida en lo que se refiere tanto al contenido como a la métrica. Se refiere tanto al contenido del poema como a la forma métrica que acompasa cada una de esas partes y le da mayor perfección. a - El poeta expresa su dolor ante la muerte del amigo: la sangre derramada en la plaza. El grito de dolor equivale a la repetida negación a ver la sangre, expresado del mismo modo o con variantes mínimas (versos 1-45). Los cuatro versos siguientes (versos 46-49) irrupción onírica en este mundo lleno de dolor hacen de transición hacia la segunda parte. El octosílabo de romance sirve para narrar en esta primera parte. - TENSIÓN - . b - Viene a continuación un retrato del torero? sobresalen la cualidades de valor, fuerza, prudencia, elegancia, gracia, ternura, carácter...(versos 50-69). Un verso de transición hacia la siguiente parte (veros 70). "Pero ya duerme sin fin". Los veros de 10 sílabas rompen el ritmo de la narración y aparece el dolorido sentir del amigo, de modo más sosegado. - DISTENSIÓN - .c - Se incide de nuevo en el dolor que la muerte le causa y la imagen de la sangre que lo va cubriendo todo llena de nuevo los veros. El estribillo reiterado da mayor intensificación puesto que hemos llegado al climax (versos 71-94) Al final del poema una mezcla de versos interrumpen brúscamente el poema y dan fin a esta tercera parte. - CLIMAX - . Así pues tanto el contenido como la estructura métrica van modulando de modo adecuado el desarrollo emocional del poema.


3. Expresión y lenguaje -


Hemos insistido ya en el uso de la métrica como una recurso recurrente que se ve además reforzado por la constante reiteración mientras se pliega a las necesidades del sentimiento y del contenido. Cumple la misión de dar cuenta de la idea obsesiva que recorre el poema: no querer ver la sangre prueba irrefutable de la muerte del amigo. Pero existen otros variados recursos.
Siguiendo la tradición también en esto Lorca utiliza con frecuencia los paralelismos que aparecen a final de la loa del torero (versos 63-69) y en las dos últimas estrofas (versos 82-85 / 88-92). En la mayoría de estos versos paralelísticos se recurre a expresiones oníricas, irreales: "banderillas de tiniebla", "¡qué bando con las espigas!", etc. El paralelismo puede ser también sintáctico. Consiste en gerundio + sintagma preposicional:


"Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla...".
No todo es, por tanto, en G. Lorca tradición aquí aparece también una renovación sin duda querida por el poeta, un lenguaje de nuevo estilo.
El léxico se reparte entre lo que parece habitual mirado desde el tema de que trata, corrida de toros, y un uso peculiar al que lo somete el poeta. El contexto confiere al uso de esta terminología taurina, propia del campo, de las faenas agrícolas una connotación que se sitúa entre la ensoñación y la irrealidad: el caballo de nubes quietas, la plaza gris del sueño, los sauces de las barreras. Sobre la realidad se superponen otra realidad. Sobre la plaza en la que el toro cogió a Ignacio se superpone otra plaza: "la plaza gris del sueño". "Sueño" metáfora que nombra a la muerte, "el sueño eterno" se suele decir comúnmente. Y la sangre, es decir, la muerte, que es lo mismo rezuma por todos los versos. Se metarmofosea en luna, en forma de vaca, que succiona la sangre (versos 15-18); en figura de toros totémicos de Guisando (que vienen del fondo de los siglos y de los tiempos) que acompañan a la vaca (versos 19-22). Pasamos de lo anecdótico taurino a lo cósmico lunar, a la dimensión cósmica de la muerte. Los versos 46-49 tienen unas resonancias gongorinas que indican la función cósmica de la evocación:


"Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla."


La luna (vaca), los toros de Guisando, las ganaderías, los toros celestes, el cosmos, el cielo son testigos de la sangre derramada son los agentes celestiales de la muerte. Pero en el momento de la cogida se hallan presentes también Las Parcas "las madres terribles / levantaron la cabeza". Así pues el cielo (luna, toros, etc...), el infierno lugar en el que residen las parcas, y la tierra (la plaza) todo es sino y confabulación que inebitablemente conduce a la muerte: "la sangre derramada".
Llega luego lo que podríamos llamar el apoteosis de la sangre, que lo invade y lo anega todo. La sangre que va resbalando, vacilando, tropezando "como una larga, oscura, triste lengua / para formar un charco de agonía / junto al Guadalquivir de las estrellas" (la Vía Lactea piensa García Posada).
"La sangre derramada" configura de este modo todo un mundo de evocaciones celestes e infernales en el que domina el agudo sentido de lo fatal, de lo inevitable ya que parece decir el poeta que todo estaba escrito en las estrellas (cielo, cosmos) y en las profundidades del infierno (Parcas).


4. Conclusión -


El sentimiento que prevalece en este poema de García Lorca es el de la desolación ante la fatalidad de la muerte. Por muy grandes que sean los hombres, y Ignacio lo era, la muerte es inevitable y a veces fatal. Es el poema una muestra paradigmática de la superación de lo étnico, de lo andaluz e hispánico, llegando a la cima más alta de Lorca. Si nos referimos al contenido del poema podemos concluir el comentario señalando que por parte del poeta hay una aceptación de la fatalidad de la muerte que solamente se señala plenamente al final de la tercera parte del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías:


"Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!"


Ignacio era muy grande, era un gran torero de dimensiones cósmicas pero más grande es el mar y "también se muere el mar". ¿Cómo no aceptar que Ignacio muera?