Inglis pitinglis
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La mayoría de los niños de mi generación estudió inglés en la escuela, que ya se había impuesto como idioma utilitario; pero la mayoría de las escuelas de la época, quizá porque no sabían qué hacer con sus profesores de francés, seguía brindando al estudiante la posibilidad de elegir el «idioma de la diplomacia». Sor Amor, mi profesora de francés, era una monja ensoñadora y afable, de preciosos ojos glaucos. En las clases de sor Amor recuerdo que llegamos a leer Eugenia Grandet, la novela de aquel titán de la pluma llamado Balzac.
La mayoría de los niños de mi generación estudió inglés en la escuela, que ya se había impuesto como idioma utilitario; pero la mayoría de las escuelas de la época, quizá porque no sabían qué hacer con sus profesores de francés, seguía brindando al estudiante la posibilidad de elegir el «idioma de la diplomacia». Sor Amor, mi profesora de francés, era una monja ensoñadora y afable, de preciosos ojos glaucos. En las clases de sor Amor recuerdo que llegamos a leer Eugenia Grandet, la novela de aquel titán de la pluma llamado Balzac.
El inglés lo aprendí en clases particulares, primero con un negrito de Sierra Leona llamado Willie que aterrizó en mi ciudad levítica cuando en mi ciudad levítica sólo sabíamos de la existencia de los negros por las películas de Tarzán; más tarde con un zamorano laborioso llamado Benjamín que había emigrado a Londres en su juventud y que con los ahorrillos de media vida montó una academia de idiomas. Con Benjamín, al que apodábamos el Tícher, aprendí los secretos de la gramática inglesa; pero tampoco llegué a soltarme verbalmente, porque ya se sabe que para llegar a hablar un idioma hay que pensar en ese idioma, y mi pensamiento siempre ha sido muy hispánico, casi cazurro de tan hispánico.
Pero, aunque no hablaba una pija en inglés, había llegado a captar el soniquete del idioma, lo cual me permitía fingir con bastante verosimilitud las letras de las canciones de moda. Esto de cantar las canciones en inglés con una letra inventada, una logomaquia de palabras absurdas disfrazadas por un tonillo como de tío que masca chicle a la vez que hace gárgaras, es uno de los «referentes emblemáticos» de mi adolescencia. ¿Quién no ha entrado en una discoteca y se ha puesto a cantar la canción que suena a toda pastilla en un inglis pitinglis macarrónico y demencial? Yo, por ejemplo, fui un fan devotísimo de Michael Jackson, pero jamás se me ocurrió aprenderme la letra de sus canciones; escuchaba los primeros acordes de Thriller y soltaba, enardecido: «Aquechu zriler, zriler bai, chumorrou in de mornin, güen de pipol in de nait», o cualquier otra sandez que se me ocurriera en ese momento, y la verdad es que daba el pego. Ahora todos vamos de modernillos y de políglotas, pero el único idioma extranjero que de verdad hemos manejado con soltura y fluidez es el inglis pitinglis de discoteca.
Juan Manuel de PRADA
TEMA
LA DEFICIENTE COMPETENCIA EN INGLES DE LAS
ANTIGUAS GENERACIONES
EL INGLÉS SUPERFICIAL DE LAS ANTIGUAS
GENERACIONES
Entre las generaciones anteriores el francés era
mayoritario en la escuela y empezaba a extenderse el inglés a pesar de la
deficiente enseñanza. Algunos se pagaban clases
particulares y lo completaban tatareando canciones en inglés pero nunca llegaron
a desenvolverse medianamente bien.
Comentario a " el
único idioma extranjero que de verdad hemos manejado con soltura y fluidez es
el inglis pitinglis de discoteca".
El inglés actual se impone universal e indiscutiblemente en casi todos los
ámbitos de la sociedad. La necesidad de saberlo y dominarlo constituye para muchos
una necesidad fundamental e imprescindible. Esto, sin embargo no siempre ha
sido así.
Para
los que hoy tienen 50 y 60 años (Aznar,
Ana Botella, Rajoy, etc.), y aún más
jóvenes, les ha sido imposible afrontar el reto de un dominio más o menos
aceptable. Más aún, se caracterizan por su incompetencia para expresarse mínimamente,
lo cual produce sonrojo entre los ciudadanos más jóvenes. La imagen de Zapatero
aislado, incomunicado, en Bruselas lo decía todo. La verdad es que los
españoles tienen tradicionalmente miedo a hacer el ridículo. Su
"oreja" no está acostumbrada a discernir tantos sonidos vocálicos ya
que tiene 5, pero "honradas", lo cual lastra nuestra capacidad para entender
el inglés o el francés, por ejemplo.
Lo que más estimula a aprender inglés es la
seducción-atracción que ejerce la música y su facilidad para envolvernos. No es
extraño que a través de las canciones, con un idioma tan musical como el inglés,
pudiera éste ejercer tanto influjo en aquellas generaciones. Por eso el autor
pone tanto énfasis en este aspecto. Y
quienes mejor saben de estas virtudes son los profesores.
Otra
cosa, para concluir, es lo que saben las generaciones más jóvenes, que cuentan
con más medios, se sienten más próximos a la civilización anglosajona y han
tenido desde muy temprano contacto con el inglés. Es a ellos a los que les
atañe terminar con la secular maldición de esta torpeza para los idiomas.